La degradación del concepto de FELICIDAD



La degradación contemporánea del concepto de felicidad

Si examinamos el siglo largo o corto que vivimos, la muy posible mutación civilizatoria que, más que protagonizar, presenciamos, uno de los signos negativos de este polivalente cataclismo cultural es, precisamente, la degradación del concepto de felicidad, cada vez más confundida con una sensación de bienestar material, con un hedonismo anómico y disgregante, cada vez más equiparada al éxito. Si la eudaimonía era perfectamente compatible con la derrota o el rechazo colectivo, si Sócrates podía alzar en cálida y casi triunfal despedida el cáliz de cicuta que había sido obligado a beber, la felicidad de este siglo solo admite la sonrisa del vencedor, la mirada segura del cultor de la eficacia, el pulso firme de quien se ha liberado de los remilgos de la culpa, la satisfacción del propietario, la seducción del don Juan o de la devoradora de hombres. Nuestras sociedades no cultivan la utopía, marginan despiadadamente, son darwinianas y maquiavélicas. Se está a los resultados y no a los méritos. Solo es feliz quien acumula bienes, decide por otros o adquiere renombre; quien se encarama en posiciones de poder económico, político o cultural. La existencia, aparte de materializarse, se ha superficializado, masificado y deshumanizado. "Persona" es una palabra inapropiada para designar al individuo de hoy. Más que seres humanos íntegros, se nos desmenuza en roles ("consumidor", "recurso humano") o se nos confunde en conjuntos masivos como el "público" o el "mercado".

La telaraña que no admite reversión del pasado, que va consumiendo con el paso de los años nuestra libertad de elección y que nos enreda en conflictos de identidades y de roles, por supuesto, persiste; y también los abismos de degradación que nos aguardan tras ella. Pero se actúa como si no se la percibiera, como si fuéramos androides sin horizontes que despierten auténticas esperanzas de trascendencia. En nuestra breve vida, no hay otra felicidad que las efímeras sensaciones de dicha que nos pueden deparar, desgranados, algunos instantes. La felicidad no es una realidad íntima, prolongada y dificultosa, a desenvolver de modo paulatino. Es tan sólo -así nos lo dicen los medios- un vaso lleno de cerveza helada, un auto, el aroma de un perfume, los calculados regalos promocionales de los hipermercados, una bellísima y ocasional compañía sexual, una casa a la que se puede acceder mediante un préstamo hipotecario a cancelar en veinticinco años, sitios virtuales para dialogar y compensar la creciente soledad de quienes vivimos con "números en rojo" y a un ritmo que imposibilita la necesaria frecuencia del encuentro con amigos de carne y hueso. 

TOMAS DE MATTOS

Abogado y Escritor uruguayo
(Narrativa y dilemas éticos)


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